Asociación Argentina para la Mediocridad Científica

La creatividad no tiene límites ni vergüenza. Los artistas son presa fácil. Por su parte, los científicos suelen ser más esquivos. Sin embargo, la creatividad es tan tenaz que se mete de incógnito en las ciencias duras y asalta a los investigadores en cualquier momento y lugar.

La creatividad acecha en los rincones de los laboratorios pacientemente, vigilando. Sus víctimas favoritas son las mentes caudalosas, y si son jóvenes, mejor. Se la ha visto en reiteradas oportunidades deambulando por los pasillos, tomando café en el comedor o lavándose las manos en el baño. En cambio, cuando su presencia es requerida, se esconde en los drogueros o se vuela por las campanas. Rara vez se la encontrará cerca de computadoras o lapiceras. Elije cuidadosamente el momento de atacar, cuando el científico tiene las manos ocupadas con reactivos y los dedos enredados en látex. Se deleita al ver a los científicos darse por vencidos, cerrar los cuadernos y guardar los lápices. Y, mientras apagan las luces del laboratorio, les escupe la nuca. Esta conducta debe ser aprovechada por el científico para tener en cuenta que no será la última vez que se crucen. Suele quedarse más tiempo cerca de aquellos con recursos económicos escasos y los alienta a seguir. Este comportamiento podría reflejar un lado compasivo pero debido a su reconocido sadismo, los expertos concuerdan en que es la manifestación de una fascinación morbosa. La inestabilidad, incongruencia e inflamabilidad, hacen de la creatividad un elemento peligroso. Se ha observado que la abundancia de recursos y el trabajo repetitivo ahuyentan a la creatividad. Por lo tanto se aconseja a la población científica que desee permanecer a salvo de la creatividad conseguir recursos lo más pronto posible o, al menos, aparentarlos.

Se han reportado casos de científicos atacados por la creatividad en la intimidad de sus hogares. Estos ataques se suelen manifestar en inclinaciones antinaturales hacia la música, la fotografía, la cocina y otras artes menores. En los casos más graves, los científicos sufren incontrolables ansias de escribir ficción. Bajo ningún concepto se deberá permitir el contacto con los individuos en este estado terminal, dado que, a través de la escritura, la creatividad alcanza su máximo nivel de infectividad dentro de la población científica.